En estos días donde los horizontes se reducen a un marco de ventana, donde los desplazamientos al trabajo o al súper, son los únicos viajes que te puedes permitir, donde la primavera ni siquiera es anunciada por grandes superficies, y es algo que intuyes con la certeza del calendario.
En estos días resulta especialmente gozoso, contemplar imágenes de la patria chica, de ese paraíso que de momento nos está vedado.
Así me pasó el otro día con esta foto que descubrí en la página de facebook de las Fiestas de la Herguijuela.
Quedé deslumbrada por el sol, por la sombra que enmaraña el suelo, por el estado de alerta del perro (en el vértice inferior derecho), acaso también deslumbrado por el sol, o por el horizonte blanco de Gredos al fondo de la calle de la Alegría, y en cualquier caso no semihundido como el de ese cuadro de Goya.
Luego te entra la melancolía, y la añoranza, como daños colaterales, pero sigues incansable mirando la foto sin ponerte las gafas de sol...
La pasión por el pueblo,
es algo así como un milagro,
que te colma, te llena, te invade
como un amor sincero y temprano.
Es el recuerdo perenne
que en su ausencia te llama y sacude,
es la zarza que arde
y que no se consume
