En tiempo de verano, merendábamos al vuelo, si estábamos cerca de casa, cuando nos daba el hambre acudíamos a que la abuela como buena samaritana nos preparara lo que fuera, lo más difícil para ella no era preparar la merienda, si no que nos quedáramos quietos en tanto merendábamos.
Allí no había mucha variedad, y cuando se acababa la nocilla, había que tirar de otros recursos gastronómicos alguno totalmente innovador, para las alucinadas niñas de los madriles.
No había pan de molde, ni siquiera barras, Tío Castor el panadero, hacía unos panes redondos, y los bocatas por lo general, iban sin tapa, se untaba lo que fuera, o era el "cacho" pan y "cacho" chorizo.
Hay que decir que todo nos sabía a gloria, y si no era así, tampoco nos enterábamos por eso, porque íbamos a las voladas a merendar.
¡Que rico el pan con mantequilla y azúcar!, pero si había una merienda rara era esa del pan con vino y azúcar....
Una lluvia de mosto
va empapando el lecho
cuna redonda de hogaza
trenzada en centeno,
Pero no acaba ahí
la inclemencia del tiempo
y un granizo de azúcar
va llenando los huecos.
La abuela se afana,
es experta en ello,
pan, con vino y azúcar,
merienda de pueblo.
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