domingo, 20 de marzo de 2011

EL CIELO DE LA VEGA

Anoche, en España, pudimos contemplar lo que llaman los entendidos como súper luna, fenómeno que no se repetía desde hace dieciocho años, y que sucede porque la luna en su giro alrededor de la tierra es cuando más cerca de la misma se encuentra, lo que llaman perigea, coincidió además que era luna llena y no había nubes, por lo que vimos una luna más grande y más luminosa.
Yo la vi desde el autobús entre los árboles del retiro, y desde un rinconcito de mi barrio y ventana en Madrid, y pensé, en lo que me hubiera gustado estar en el pueblo para contemplarla desde allí.

Y es que el cielo de la Vega nos deja ver las estrellas, es otra cosa.


   
          
 El embarcadero          


Cuando eramos pequeños, y salíamos por la noche (a las 23:00 en casa), solíamos alejarnos del casco urbano, muchas veces la cuadrilla acabábamos en las eras, o cerca del embarcadero (en las piedras), donde entonces no había ni cartel, ni casas cercanas, y por tanto farolas, y allí nos sentábamos o nos tumbábamos, y mirando al cielo nos convertíamos (cuando no nos daba la risa), en pequeños filósofos, veíamos como se asomaban las estrellas y subían más alto, y comprendiamos que la tierra gira, intentábamos identificar a las constelaciones, y nunca pasábamos de la osa mayor, de la menor, de Orión o casiopea, nos fascinaba Venus, y a la vía láctea la llamábamos camino de Santiago, y desde entonces no recuerdo verla tan luminosa, tal vez porque la contaminación lumínica, también a llegado al pueblin.

A alguien se le ocurrió decir, que en realidad el cielo era una especie de manto que de noche se vuelve negro, y que está agujereado, y que las estrellas en realidad es la luz que estando del otro lado del manto se ve por los agujeritos, como la luz que pasa o se ve si mirar por un colador....
Eso inquietaba mucho, ¡el más allá!, fuera... ¿que hay?, ¿que se cuece?, ¿quien sujeta el velo?, ¿quien el colador?, nos sentíamos únicos, especiales, y a la vez muy pequeños y vulnerables en el universo.

Y recuerdo especialmente un día sobre el diez de agosto, en que de modo espontáneo, subimos medio pueblo al puerto Chía a ver la lluvia de estrellas, las lágrimas de San Lorenzo, recuerdo ir con mi madre, y con los amigos, mucha gente, y allí flotaban los ¡hala!, los ¿ha visto esa?, los mira, mira...y hacíamos recuento sobre las que habíamos visto mientras cierto muchacho se quería llevar a un sitio más apartado a una mozuela para divisar un cielo común. 

El cielo en La Vega es otra cosa, y a mi me tiene enganchada, y aún a veces me zambullo en la noche, y voy mirando para arriba, y trato de descifrar lo que me quiere decir en su silencio.  

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